Teñido de rosa y muerte: Cerdita (Carlota Pereda, 2022)
"When you look at someone through pink-colored glasses, all the red flags look like flags". - Wanda Pierce (BoJack Horseman, 2x10)
Pereda es consciente de la dicotomía con la que está jugando. El amor en la edad del pavo, platónico, yuxtapuesto a lo turbio y lo macabro. Presenta a un asesino sobre el cual las expectativas de Sara -y las nuestras, porque somos cómplices durante la hora y cuarenta minutos que dura la película- se vierten en un molde que se presta a cualquier cualidad que le queramos otorgar. Este hombre, por no tener, no tiene ni nombre, casi ni habla. Es un indeterminado misterioso que nos permite idealizarlo tal y como hace la protagonista -como para no, el señor está muy bien y Pereda sabe muy bien lo que está haciendo-. La directora nos pone al mismo nivel que la muchacha, jugando con nuestro horizonte y llevándonos a estas escenas bobaliconas de peli romántica y las rompe. Tenemos este ejemplo en Sara acudiendo a la ventana sobre la cual le tiran piedrecitas, una imagen casi de Romeo y Julieta, de este romance prohibido de catálogo, sólo para darnos de bruces con la realidad al ver que no es su enamorado quien va a verla.
Sara, asesino de por medio o no, se ve inmersa en un mundo donde la muerte está a la orden del día. Esto queda patente en el mero hecho de trabajar en una carnicería, entre cuerpos muertos de cerdo, el despiece de los cuerpos que cuelgan en la cámara frigorífica, donde la sangre impregna los libros de texto que tiene que estudiar en el mostrador de la tienda. Ya en la introducción se nos lleva a contemplar a los bichos que se electrocutan en el matamoscas. La familia sale de caza de forma asidua -como el asesino-, y adornan la casa con cornamentas de ciervos y con su mascota disecada. Lo mórbido se une a lo banal en la vida de Sara, motivo por el cual, no es de extrañar que reciba a su rescatador, un asesino, de tan buena gana.
Y así se fragua este romance entre dos proscritos que no encajan en la sociedad: él, un asesino; ella, una joven que carga con el peor crimen de todos, el de tener una cualidad por la que la muchachada popular ha decidido que merece ser acosada sin pudor. Unos personajes que gozan de unos encuentros fugaces cargados de tensión sexual inconclusa, como este momento en el que se encuentran escondidos -como Bisbal y Chenoa-, pegados, iluminados por los fuegos artificiales y rodeados por los familiares de las muchachas desaparecidas. Una situación altamente erótica y sensual que desemboca en que Sara se masturbe en cuanto llega a la casa. Escena que se muestra, no de forma explícita, pero sin ambages, un punto a favor de la directora por incluir un tópico que aún parece necesitar reivindicación -reconocer la masturbación femenina-.
La película muestra un problema real de la vida actual, donde un sector de la juventud contempla estas historias de amor en el reino de lo inalcanzable. La frustración y la presión social por quitarse el boquerón -liarse o acostarse con alguien por primera vez-, por básicamente estar al mismo nivel que las personas con las que se rodean, llevan a que estas personas adolescentes no contemplen que cada cual tiene sus tiempos. Hemos aceptado que durante la adolescencia es la época en la que se debe comenzar la experiencia sexual -algo especialmente duro en las personas queer que no tienen acceso a historias de amor propias normalizadas-. La forma en la que alguien decida o pueda llevar su vida y su sexualidad acaba siendo objeto de burla para el resto, algo que hace bola de nieve para la persona afectada que se ve más presionada a salir de este estado. Motivo por el cual se aferra al primer clavo ardiendo que pasa y que suele ser una persona mayor, experimentada, que no tiene escrúpulos para usar su posición de poder con alguien así, regalarle los oídos y que haga todo lo que le pide. Las típicas frases de “eres muy madura para tu edad”, “no eres como las demás” o “hasta donde tú quieras” -que nunca es hasta donde quieres, sino hasta donde te hago creer que quieres-. El resultado es ceder por lo que crees que deberías hacer. Un “venga, tonta, que te va a gustar, que lo tienes que hacer” que te repites con las voces del resto de la gente y que casi se lo oyes decir a quien tienes delante en ese momento. Al final, mucha gente hemos sido cerditas en algún momento.
Cerdita (2022)
El amor en la juventud es un tema que se suele imaginar como algo bello, una imagen idealizada de aquellas escenas románticas fabricadas por la cinematografía y que se quedan a vivir en el pensamiento colectivo. La adolescencia es una etapa de la vida, llena de hormonas y expectativas -nuestras y del mundo-, por las que todo el mundo tiene que pasar para llegar a la madurez y, enamorarse y encontrarse de lleno ante la sexualidad es parte del camino. Luego está la cara B de este tema, la respuesta hacia estos ideales por parte de unos jóvenes que actúan bajo la presión de la sociedad y bajo el rechazo y el acoso. Es precisamente esto lo que Carlota Pereda nos demuestra en Cerdita.
Sara (Laura Galán) es una chica gorda que, por el hecho de ser así, sufre el acoso del resto del pueblo, especialmente de unas chicas de su edad, y la presión de un hogar familiar restrictivo encabezado por una matriarca (Carmen Machi) que no trata con calidez a su hija. La protagonista se enamorará del asesino y secuestrador (Richard Holmes) de estas muchachas -y de otras personas del pueblo-, quien acude a su rescate como una vía de escape y de solución de su situación personal. Un caballero de brillante -y sangrienta- armadura a los ojos de esta protagonista, quien ve que hay alguien velando por ella después de todo.
Sara (Laura Galán) es una chica gorda que, por el hecho de ser así, sufre el acoso del resto del pueblo, especialmente de unas chicas de su edad, y la presión de un hogar familiar restrictivo encabezado por una matriarca (Carmen Machi) que no trata con calidez a su hija. La protagonista se enamorará del asesino y secuestrador (Richard Holmes) de estas muchachas -y de otras personas del pueblo-, quien acude a su rescate como una vía de escape y de solución de su situación personal. Un caballero de brillante -y sangrienta- armadura a los ojos de esta protagonista, quien ve que hay alguien velando por ella después de todo.
La fotografía ya trabaja una paleta de colores rosados, tonos que aluden al romance de adolescentes, a la inocencia y la inmadurez de la juventud, a este amor pintado de color de rosa, y de poner corazoncitos en una agenda. Un concepto empalagoso y que se nos mete en el cuerpo por medio del consumo, compulsivo, como el de las Panteras Rosas que se come Sara ante la angustia a la que se ve sometida y que ofrecen un consuelo temporal. Por otro lado, este rosa alude a la muerte y lo macabro, a la carne y a las vísceras que ya se nos presentan en la carnicería de Sara al comenzar la película… y a las de las propias víctimas del asesino. Es un rosa igual de pastel, pero es un rosa de muerte, presente en el despiece de los cerdos al inicio de la película y en la muchacha descuartizada al final. Del mismo modo, llama la atención el uso de un formato de 4:3 que le da un aire nostálgico -en este tiempo un poco ambiguo, entre la era walkman y la era WhatsApp- y nos lleva precisamente a echar la mirada a los años de la adolescencia de las personas que rondamos la treintena/cuarentena ahora mismo, y a la frase de Karina de «cualquier tiempo pasado nos parece mejor», como pidiendo al espectador ponerse en la piel de una quinceañera.
Pereda es consciente de la dicotomía con la que está jugando. El amor en la edad del pavo, platónico, yuxtapuesto a lo turbio y lo macabro. Presenta a un asesino sobre el cual las expectativas de Sara -y las nuestras, porque somos cómplices durante la hora y cuarenta minutos que dura la película- se vierten en un molde que se presta a cualquier cualidad que le queramos otorgar. Este hombre, por no tener, no tiene ni nombre, casi ni habla. Es un indeterminado misterioso que nos permite idealizarlo tal y como hace la protagonista -como para no, el señor está muy bien y Pereda sabe muy bien lo que está haciendo-. La directora nos pone al mismo nivel que la muchacha, jugando con nuestro horizonte y llevándonos a estas escenas bobaliconas de peli romántica y las rompe. Tenemos este ejemplo en Sara acudiendo a la ventana sobre la cual le tiran piedrecitas, una imagen casi de Romeo y Julieta, de este romance prohibido de catálogo, sólo para darnos de bruces con la realidad al ver que no es su enamorado quien va a verla.
Cerdita (2022)
Sara, asesino de por medio o no, se ve inmersa en un mundo donde la muerte está a la orden del día. Esto queda patente en el mero hecho de trabajar en una carnicería, entre cuerpos muertos de cerdo, el despiece de los cuerpos que cuelgan en la cámara frigorífica, donde la sangre impregna los libros de texto que tiene que estudiar en el mostrador de la tienda. Ya en la introducción se nos lleva a contemplar a los bichos que se electrocutan en el matamoscas. La familia sale de caza de forma asidua -como el asesino-, y adornan la casa con cornamentas de ciervos y con su mascota disecada. Lo mórbido se une a lo banal en la vida de Sara, motivo por el cual, no es de extrañar que reciba a su rescatador, un asesino, de tan buena gana.
Y así se fragua este romance entre dos proscritos que no encajan en la sociedad: él, un asesino; ella, una joven que carga con el peor crimen de todos, el de tener una cualidad por la que la muchachada popular ha decidido que merece ser acosada sin pudor. Unos personajes que gozan de unos encuentros fugaces cargados de tensión sexual inconclusa, como este momento en el que se encuentran escondidos -como Bisbal y Chenoa-, pegados, iluminados por los fuegos artificiales y rodeados por los familiares de las muchachas desaparecidas. Una situación altamente erótica y sensual que desemboca en que Sara se masturbe en cuanto llega a la casa. Escena que se muestra, no de forma explícita, pero sin ambages, un punto a favor de la directora por incluir un tópico que aún parece necesitar reivindicación -reconocer la masturbación femenina-.
La película muestra un problema real de la vida actual, donde un sector de la juventud contempla estas historias de amor en el reino de lo inalcanzable. La frustración y la presión social por quitarse el boquerón -liarse o acostarse con alguien por primera vez-, por básicamente estar al mismo nivel que las personas con las que se rodean, llevan a que estas personas adolescentes no contemplen que cada cual tiene sus tiempos. Hemos aceptado que durante la adolescencia es la época en la que se debe comenzar la experiencia sexual -algo especialmente duro en las personas queer que no tienen acceso a historias de amor propias normalizadas-. La forma en la que alguien decida o pueda llevar su vida y su sexualidad acaba siendo objeto de burla para el resto, algo que hace bola de nieve para la persona afectada que se ve más presionada a salir de este estado. Motivo por el cual se aferra al primer clavo ardiendo que pasa y que suele ser una persona mayor, experimentada, que no tiene escrúpulos para usar su posición de poder con alguien así, regalarle los oídos y que haga todo lo que le pide. Las típicas frases de “eres muy madura para tu edad”, “no eres como las demás” o “hasta donde tú quieras” -que nunca es hasta donde quieres, sino hasta donde te hago creer que quieres-. El resultado es ceder por lo que crees que deberías hacer. Un “venga, tonta, que te va a gustar, que lo tienes que hacer” que te repites con las voces del resto de la gente y que casi se lo oyes decir a quien tienes delante en ese momento. Al final, mucha gente hemos sido cerditas en algún momento.
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